Jaime de Althaus acaba de publicar un libro muy importante, La revolución capitalista en el Perú (FCE, 2007). Se trata de un texto a medio camino entre la reflexión académica y el manifiesto político; comprende un análisis de la situación actual, una polémica con los "mitos de la ideología socialista" y una propuesta que apuesta por la extensión de la economía de mercado. El libro sigue de alguna manera la senda marcada por El otro sendero, de Hernando de Soto et.al. (1986), desde la orilla liberal. Desde la orilla política del frente, dicho sea de paso, hace algún tiempo que no se da a conocer un esfuerzo equivalente, después del de Francisco Sagasti et.al., Democracia y buen gobierno (Apoyo, 1995).
Althaus debate enjundiosamente con los críticos de las reformas estructurales implementadas desde inicios de la década de los años noventa, basándose en evidencias de los resultados positivos que han generado estos cambios: así, la distribución del ingreso ha mejorado, la economía se ha diversificado y articulado, ha dejado de ser primario-exportadora, ha descentralizado e integrado al país, ha dado lugar a una nueva clase media emergente, ha reducido las distancias sociales y culturales... Así, según el autor, se habría producido una revolución capitalista que permite pensar en la posibilidad de en un gran despegue del país. Algunos críticos podrían decir que Althaus peca de optimista, y que sus datos no son suficientemente contundentes. Por ejemplo, según datos del INEI, entre 2004 y 2006, años de un importante crecimiento económico, la pobreza en efecto se redujo de un 48.6 a un 44.5%, y la pobreza extrema cayó de un 17.1 a un 16.1%. Sin embargo, en zonas rurales casi no hubo cambios, y los datos sugieren incluso que la pobreza hasta pudo haber aumentado, dado un sesgo costeño y urbano del crecimiento. La crítica sería entonces que el estilo de crecimiento es segmentado, con capacidades limitadas de arrastrar al conjunto del país.
La respuesta de Althaus es que, si bien el mercado ha cumplido con su parte del trabajo, no así el Estado, quien debería encargarse de las funciones distributivas. El autor concentra su crítica a la inacción del Estado en tres aspectos: la estructura de la propiedad agraria, la legislación laboral y unos regímenes de privilegio en la administración pública, especialmente críticos en áreas clave como educación y salud, donde se enfrentan resistencias al cambio como consecuencia de ideologías clasistas. Sin embargo, tal vez esta crítica peca también de mantener un sesgo urbano y moderno, que no alcanza realmente a las zonas rurales, menos articuladas al mercado, donde se concentra la pobreza. Ese es el desafío que tiene el ambicioso programa del autor y el liberalismo en general en el Perú.