Masivas protestas ciudadanas, la opinión pública mundial en contra, negativas de muchos gobiernos... nada impidió la intervención angloestadounidense en Irak. Pero tras la batalla, más allá de las ruinas, el caos y la desolación, ¿cuál es el futuro que espera a los iraquíes? Mario Vargas Llosa viajó al escenario del conflicto, habló con líderes de opinión y gente de la calle, recogió testimonios... El resultado fue una magnífica serie de reportajes publicada en el diario El País de Madrid, que ahora se recoge en este libro junto a las fotografías de Morgana Vargas Llosa que la ilustraron.
Se trata de un reportaje que Mario realizó durante una breve, pero productiva, estadía en el Irak de la postguerra, del 25 de junio al 6 de julio del 2003. Recordemos que la guerra terminó, al menos de manera oficial, en abril del mismo año, con la caída de la ciudad de Bagdad y el, siempre relativo, control del país. Desde ahí, en el mismo Irak, escribía una serie de reportajes y crónicas acerca de lo que pudo ver y escuchar, mismas que fueron, después, publicadas íntegramente por el diario español El País, y esa es la razón por la cual quien quiera leer este libro no tendrá que ir hasta Guadalajara para conseguirlo, ni siquiera hasta la librería más cercana para ver si lo encuentra o para mandarlo pedir. Los artículos están aquí, en buena edición y con las mismas fotografías que trae la edición impresa, editada por AGUILAR. Las fotografías, por cierto, fueron tomadas por la hija de Mario, Morgana Vargas Llosa, quien se dedica, de manera profesional, a la fotografía y quien lo acompañó durante la travesía.
Evidentemente, no estamos frente a un periodista profesional. Vargas Llosa es un fabulador, un contador de historias, más que un periodista, propiamente dicho. Sin embargo, para todo aquél que haya frecuentado su narrativa, será claro el hecho de que sus novelas tienen un extenso y acertado trabajo periodístico. Novelas como “La fiesta del Chivo” y “La guerra del fin del mundo” demuestran lo que digo. Antes de ser novelista, Vargas Llosa fue periodista, trabajando desde los 16 años en el diario La Crónica, de su país y así durante muchos años más. No es, pues, ajeno al periodismo, aunque no lo ejerza profesionalmente. La visión de Irak que nos deja don Mario es una sana combinación entre la imaginación del novelista y la investigación del periodista, acertando, lo podemos ver a la distancia, en muchas de sus conclusiones y premoniciones.
Vargas Llosa, en un inicio, se opone completamente a la guerra en Irak. Decisión unilateral, con fuertes sospechas de oportunismo económico (léase Petróleo), por parte de un país muy poderoso en contra de un pequeño y paupérrimo país alejado de la realidad del mundo, anacrónico en muchas formas. Después, sus críticas a los Estados Unidos no se aligeran, sino que se extienden a aquellos que son críticos de la acción militar, a los que se erigen, a lo largo y ancho del mundo, como pacifistas. Mario comienza a notar actitudes negativas, sospechosas e igualmente oportunistas en, por ejemplo, el Presidente de Francia de aquellos años, Jacques Chirac, que aúlla de pena por, según él, el pueblo iraquí. Decide ir a Irak, averiguar por sí mismo, el misterio de la realidad, y descubre entonces un escenario mucho más complejo: un país y, con él, muchos pueblos y confesiones, sumido en el miedo, completamente inmóvil a causa del pavor a la dictadura de Sadam Husein, a sus informantes y espías, a sus torturadores y verdugos, a sus cárceles y calabozos. Imposible un levantamiento popular. Imposible, pues, un cambio que venga desde dentro. Ya se había intentado y los resultados siempre habían sido negativos (y sangrientos) para los insurgentes.
La tesis que defiende Vargas Llosa, al final de su viaje y después de conocer y escuchar a los torturados por el régimen, a las esposas, los hijos, los hermanos de los desaparecidos para siempre, las anécdotas increíbles acerca de la fiereza e impunidad total de los hijos de Husein, es la siguiente: el pretexto de las armas de destrucción masiva en manos de Husein era falso, la guerra era ilegal, desde el punto de vista del derecho internacional y de la ONU, se trató de una decisión unilateral, pero no necesariamente se trata de una guerra injusta. La guerra le ha dado a los iraquíes una oportunidad de cambiar su destino, tan doloroso. Cierto es que la guerra ha traído desastres, muertes y abusos, pero, quizá, no había otra manera, ni a corto ni a mediano plazo, de mejorar la situación de Irak que con una invasión y con la ejecución del dictador y de sus hijos. Hoy, por peligrosa y difícil que sea la situación, Irak tiene una oportunidad de crecer y convertirse en un país democrático, con muchísimo trabajo e iguales cantidades de paciencia y constancia. Con Husein y su descendencia, no había camino posible, no había esperanza.