La guerra del fin del mundo, es el nombre del libro homónimo que en 1981 escribió el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. La obra está considerada como una de los mejores relatos del escritor, un hito fundamental en la historia mundial de la novela. Quien empieza a leerla queda atrapado a tal punto que necesita llegar a la última página, para poder cerrar el libro.
El narrador que nos cuenta esta historia, a partir de estas múltiples perspectivas que se entrecruzan, está pegado a sus personajes, los sigue como reptando por esos valles y secarrales de Canudos y nos involucra en sus hazañas y desatinos sin juzgarlos. Siempre narra en tercera persona, casi siempre en pasado aunque utiliza el emocionante presente para seguir a Rufino o al periodista miope durante parte de la narración, y cada capítulo se centra mayormente en un personaje. Esto no quita para que esta tercera persona, tan cercana a los personajes que se confunde con ellos sin emitir consideraciones que no sean las de sus propios protagonistas, realice continuos saltos minúsculos de perspectiva y se posicione eventualmente desde otros personajes menores. Muchos de los posibles juegos de un narrador en tercera persona, aparentemente sencillos frente a sus novelas anteriores, caben en esta narración caudalosa, ambiciosa en su reconstrucción y rica en adjetivos, en donde el estilo indirecto se mezcla con el directo en las conversaciones y en donde hasta el narrador queda impregnado, o impregna, el texto de características relacionadas con sus personajes, creando así una atmósfera que los define sin entrar en su psicología interna, como con la figura del Consejero, y en donde llega a confundirse con su tema y sus personajes incluso cuando da opiniones políticas. Así pasamos de uno a otro personaje, entramos y salimos de ellos, acercándonos y alejándonos constantemente, viéndolos desde tan cerca, casi confundidos con ellos, con un ritmo trepidante sostenido durante muchas páginas que se incrementa hacia el final.
A finales del siglo XIX, en las tierras paupérrimas del noreste del Brasil, el chispazo de las arengas del Consejero, personaje mesiánico y enigmático, prenderá la insurrección de los desheredados. En circunstancias extremas como aquellas, la consecución de la dignidad vital solo podrá venir de la exaltación religiosa -el convencimiento fanático de la elección divina de los marginados del mundo- y del quebranto radical de las reglas que rigen el mundo de los poderosos.
La guerra, grotesca y absurda, de Canudos, hecho real ocurrido en el nordeste de Brasil en 1897. ¿Y qué fue "la guerra de Canudos"? Pues sucesivas incursiones militares para sofocar una sublevación de algunos de los más pobres entre los pobres contra la recién proclamada República. La sublevación tiene como telón de fondo, una vez más, la dicotomía tradición / modernidad, aunque esta vez se trata de una rebelion de marcado caracter religioso. En mi opinión, y salvando las distancias (que parece que las hay, y muchas), podría ser un antepasado lejano de la Teología de la Liberación.
Así, grupos de miserables acudirán a la llamada de la revolución de Canudos, la ciudad donde se asentará esta comunidad de personajes que difícilmente desaparecerán de la imaginación del lector: el Beatito, el León de Natuba, María Quadrado... Frente a todos ellos, una trama político militar se articula para detener con toda su fuerza el movimiento que amenaza con expandirse. La guerra del fin del mundo, primera novela que Mario Vargas Llosa situó fuera del Perú, es un relato exhaustivamente documentado, tanto a través de lecturas como de viajes sobre el terreno en el que tuvo lugar este acontecimiento histórico. Un libro fundamental en la historia literaria del siglo XX.