Rigoberto, un maduro empleado de una compañía de seguros, combate su banal existencia con una rica imaginación que va plasmando en cuadernos. Todo lo que Rigoberto no se atreve a hacer, no se atreve a vivir por sí mismo, sus audacias y aventuras imaginadas, sus deseos ocultos, van quedando reflejados en estas anotaciones que lo distancian cada vez más de su vulgar existencia.
Los cuadernos son como un baúl del que se van extrayendo inesperados relatos, atesorados por el personaje con mayor celo que si fueran reales, y constituyen un refinado compendio de la imaginación erótica. Pero la particularidad de estas fantasías es que parten siempre de pinturas, obras literarias y piezas musicales constituyendo un verdadero y exquisito índice de la pintura y la literatura eróticas de todos los tiempos.Como contrapunto al florido universo de don Rigoberto, está el inquietante y perturbador ambiente que se forja alrededor de su pequeño hijo, Fonchito. Obsesionado con la vida y la obra del pintor austríaco Egon Schiele, el muchacho se sueña como la encarnación del pintor maldito y su misterioso mundo de niñas perversas y autorretratos angustiosos. Entre ellos, la madrastra. Una mujer que es para ambos la figura principal de ese doble mundo de deseos y realidades. Una mujer a la medida de sus más exigentes fantasías.Los cuadernos de don Rigoberto es, sin lugar a dudas, la obra definitiva de Mario Vargas Llosa sobre el erotismo. En ella se despliegan ante el lector las claves que nuestra memoria cultural ha dado, a través del arte, sobre los misterios del placer sensual. Don Rigoberto y doña Lucrecia se separaron tras unos diez años de matrimonio feliz y consumado hasta la extenuación. La causa de la ruptura es un turbio episodio de abuso sexual sobre el hijo de un anterior matrimonio de don Rigoberto cometido por su madrastra. Fonchito, que es como se llama el pequeño que apenas llega a adolescente, empieza a visitar a su madrastra en su nuevo domicilio al cabo de año. El sentimiento de culpa por lo que ocurrió y el arrepentimiento le hacen buscar su perdón. Además, intentará también la reconciliación de su padre y doña Lucrecia. Mientras tanto, don Rigoberto, un maduro ejecutivo que ocupa un puesto en la alta dirección de una empresa de seguros, sufre la ausencia de su mujer, tras más de doce meses de alejamiento. Burgués, culto y elitista, a sus 60 y pocos años, se refugia en la escritura para soportar su ausencia. Por un lado redacta cartas donde vuelca su ideario personal sobre la existencia humana y la sociedad. Por otro, imagina tórridas escenas sexuales donde recrea la intimidad carnal y espiritual que unía a la pareja. Todos sus textos entran a formar parte de sus cuadernos, de ahí el título de la novela.
Los cuadernos de don Rigoberto es justo el libro que necesitaba para decirle adiós para siempre a Mario Vargas Llosa. Quedo por tanto eternamente agradecido a este pastiche, a ratos relato erótico con fantasías semiliberales de soft porno, y a ratos discurso pseudointelectual de burgués disperso. Para empezar, a nivel argumental no he conseguido conectar con la historia amorosa de los protagonistas. No me identifico en absoluto con esa glorificación de la imaginación y del erotismo como cualidad máxima de la sexualidad humana. Es más, el desprecio que el autor manifiesta a la pornografía y a todo cuanto de animal tiene el hombre, que tan claramente se manifiesta durante el acto sexual, es de lo poco que en mi opinión hace soportable la vida. Además, el personaje de Fonchito no se sostiene, es totalmente inverosímil: repelente, redicho, manipulador, falso, entrometido e hipócrita; está mucho más cerca del Damien de The Omen/La Profecía (1976, Richard Donner) que de cualquier crío de 11-12 años.
Por si esto no fuese suficiente, a una historia de pareja que no me dice nada, se suman unas reflexiones sobre temas de cierto peso en la sociedad actual y que no enlazan en forma alguna con la trama novelesca. Ecología, derechos de los animales o feminismo. Salud, cultura o Estado. De todo opina Don Rigoberto, con un pensamiento errático que le lleva a ser machista, reaccionario e irracional para esto y progresista, conciliador y comprensivo para aquello. Nuestro hombre emplea todo tipo de falacias para hacernos creer que sus ideas personales sobre cada tema deberían ser dogma. Demagogo casi todo el tiempo, se apoya en estudios científicos sólo cuando se amoldan a sus intereses, evitándolos e ignorándolos cuando su argumentario se basa exclusivamente en sus pensamientos más viscerales. Las constantes referencias personajes famosos que coinciden con su ideario pretenden reafirmar lo que no son más que opiniones personales, desmontables con un discurso lógico basado en datos y hechos, no en creencias. No le tiembla la mano a la hora de salirse por la tangente y así desviar la atención sobre cualquier cuestión, para quitarle peso y ridiculizar posturas ajenas a la suya si llega el caso. Y mira tú por dónde, las opiniones de don Rigoberto coinciden con las del personaje público que ha construido el propio autor, al menos en la medida que yo he podido seguir sus declaraciones en medios de comunicación. Resulta complicado por tanto no reconocer en dichos discursos, escritos a modo de carta, a un Vargas Llosa pedante, engreído y elitista a más no poder.